Tranquilamente evitábamos que la procesión de muertos ingresara en nuestra casa, de a uno, los tomábamos por los hombros y con suavidad les torcíamos el rumbo.
A cierta distancia del punto en que defendíamos la propiedad, uno de ellos se detuvo y gritó:
– ¡El que ve a su doble es que va a morir!
Lo observé desconcertado, intentando descifrar de quién se trataba. No lo reconocí.
Doppelganger. Genial.