LOS OJOS DEL PERRO

Los ojos del perro,

que me observa desde su manta,

parecen reclamar el tiempo que estuvimos separados.

La mañana fría se quiebra

por la fina línea de sol que se filtra por la ventana

y su mirada pasa a través de mí,

como se atraviesa la ausencia, liviana,

porque solo yo cargo con saber

que llegará el día en que no nos miremos más.

Sus ojos son el espejo de mi pena.

EN MIS OJOS, UN PROYECTOR

Clara: 25 años.

Fausto: 25 años.

Marcos: 40 años.

 

UNO

 

Lugar poco iluminado, como si las lámparas tuviesen focos de baja potencia. Las paredes, amarillentas, en algunos sectores han perdido casi todo el revoque. Contra una de las paredes del costado hay una larga mesa de madera. Sobre la pared, frente a la mesa, hay herramientas de todo tipo (Martillos, destornilladores, pinzas, sierras, llaves inglesas, etc.), muy limpias y colgadas en perfecto orden. A pesar de su aspecto, el lugar es limpio y un ligero olor a desinfectante flota en el aire.

Fausto está apoyado en la mesa, lleva una camisa blanca y un pantalón de vestir marrón claro. Tiene un vaso en la mano. Junto a él, un banco alto de madera. Sobre la mesa hay una botella de vino abierta, pero llena, y un teléfono.

A unos metros de Fausto se encuentra Clara. Es rubia, lleva un vestido negro que marca su figura y zapatos de taco alto. Está sentada en otro banco de madera y, a pesar de lo precario del mismo, luce muy elegante.

Solo dos puertas. Hacia el fondo, una puerta de madera que lleva al interior, está cerrada y parece casi perdida en la penumbra general del lugar. La otra está ubicada en la pared opuesta a la mesa, es de metal y conduce a la entrada.

Fausto  se sirve el vino. Bebe. Se seca la boca con el dorso de la mano. Clara lo observa sin mucho interés.

 

FAUSTO: No me gusta esperar, pero vale la pena. Es la oxigenación. El sabor cambia.

Vuelve a servir. Mira a Clara y le hace un gesto con el vaso.

 FAUSTO: ¿Quiere?

Ella lo mira en silencio. Niega con la cabeza.

 FAUSTO: Pruébelo, vale la pena.

CLARA: Disculpe. No es desprecio, se lo aseguro. Soy alcohólica en recuperación.

FAUSTO: No se disculpe. Yo no estoy acá para excusarla o comprenderla. Si quiere beber lo hace, si no quiere, no.

Clara sonríe. Fausto bebe un largo trago.

 FAUSTO: (Mirando el vaso vacío) Merlot, cosecha ’95, selección especial, sin madera, taninos suaves, color rubí.

CLARA: El rojo es de puta, mamá siempre me decía eso. (Mirándose las uñas) Nunca pude pintarme las uñas. Solo me gusta el rojo ¿Qué dirá eso de mí?

FAUSTO: No sabría decirle.

Ella lo mira. Él se encoge de hombros. Clara baja la mirada y se concentra en sus uñas. Se produce un silencio extenso.

FAUSTO: ¿Necesita algo, señorita?

CLARA: (Sin dejar de mirarse las uñas) Me llamo Clara. (Mirando hacia la puerta del fondo) ¡Marcos! ¿Te falta mucho?

FAUSTO: Marcos está ocupado. ¿Necesita algo mientras espera?

Desde la habitación del fondo surgen ruidos de cosas que se caen, seguidas de una voz, es la voz de Marcos.

VOZ DE MARCOS: ¡Agarrala desde abajo, inútil!

FAUSTO: (Avanzando un poco hacia Clara) Deberíamos comenzar.

Clara se levanta del banco, se acomoda el vestido, mira al frente y finge una mueca de congoja.

CLARA: (Mirando a la nada) Si ustedes conocieran mi vida en detalle comprenderían porqué soy alcohólica. El pasado no es una excusa para los errores del presente, ya lo sé, pero es un atenuante.

Fausto se sorprende y se limita a observarla, expectante.

 CLARA: (Cada vez más acongojada) Sé que tal vez no sea del agrado de todos, pero quisiera que puedan juzgarme por lo que soy, no por lo que bebo. (Su semblante vuelve a la naturalidad. Se aplaude ella misma y vuelve a sentarse, sonriendo. Una vez que se acomoda mira a Fausto) ¿Qué le pareció? Sueno convincente ¿verdad?

FAUSTO: (Volviendo hacia la mesa) A mí me convenció. Evidentemente, a Marcos también y eso es lo que importa. De cualquier forma, no era necesaria la demostración.

CLARA: Sí, lo supuse, pero es divertido. (Gritando hacia la puerta) ¿Me vas a tener toda la noche acá? Dijiste que iba a ser rápido.

FAUSTO: (Sirviéndose vino y elevando un poco la voz) ¿Van a demorarse mucho, Marcos? La dama se está impacientando.

Por un momento se escucha un golpe metálico, regular, acompasado, que proviene del fondo.

 FAUSTO: Mejor acomódese. Parece que recién comenzaron.

CLARA: Disculpe… (Duda)

 FAUSTO: Fausto.

CLARA: Sí, Fausto, disculpe. ¿Podría oler el vino?

Cuando Fausto se propone alcanzarle el vaso suena el teléfono que está en la mesa. Con el vaso aún en la mano, Fausto atiende.

 FAUSTO: Decime. (Pausa) Todavía no. (Pausa. Fausto mira a Clara y le hace señas con el vaso) No se puede. (Pausa más extensa. Fausto insiste con las señas a Clara quien, ofuscada, se levanta, va hacia a él y toma el vaso. Luego vuelve a sentarse) Lo que quieras, pero lleva tiempo. ¿Cómo va eso? (Pausa breve) Tiene cualidades, no creo que haya problemas. (Pausa, Fausto observa a Clara) Sí, las tetas. (Pausa extensa) Perfecto. (Cuelga el teléfono y se queda pensativo)

CLARA: (Observándolo con desconfianza) ¿Pasa algo? Me dio la impresión de que hablaba de mí.

FAUSTO: (Como si no la hubiese oído) ¿Hay antecedentes de enfermedades cardiovasculares en su familia?

CLARA: No que yo recuerde. Mamá tenía hipotiroidismo.

FAUSTO: ¿Hace cuánto dejó de beber?

CLARA: (Huele el vaso) Casi dos años. Yo salía con un compañero del trabajo y la verdad es que la pasábamos bien. Él tomaba mucho y yo me fui acostumbrando. Era divertido, como si el tiempo no pasara. Las horas se estiraban. Me sentía un poco muerta. (Pausa breve) No, no es eso, muerta no, más bien como si viviese en pausa. (Baja del banco, le alcanza el vaso y vuelve a sentarse) No nos dimos cuenta de que habíamos pasado cinco días sin ir a trabajar, creo que estábamos en Chajarí. No sé. Los recuerdos de esa época son confusos. (Piensa un momento, tratado de recordar) Sí, fue en Chajarí. Yo tomé la decisión. Sola. Siempre tomé sola las decisiones importantes.

Fausto la mira fijamente, en silencio. Clara le sostiene la mirada un momento, luego la baja, parece estar un poco nerviosa. Fausto no deja de mirarla.

FAUSTO: ¿Sufre de alguna enfermedad o condición que le impida realizar actividad física intensa?

CLARA: No (Sonríe como una nena) solo un poco de pereza,  a veces.

FAUSTO: (Serio, pero un poco desganado) ¿Tiene alguna pregunta? ¿Dudas?

CLARA: ¿No sabe si Marcos va a demorarse mucho?

FAUSTO: No lo sé. (La mira un momento, en silencio) Parece que no se está tomando esto en serio, eso me provoca dudas y no me gusta dudar. Necesitamos seguridad, precisión, no podemos darnos el lujo de que alguno de los eslabones sea débil o no comprenda correctamente lo que sucede.

CLARA: No, no es eso, no me malinterprete, es que cuando me pongo nerviosa me da por hacer chistes tontos.

FAUSTO: (Sonriendo) Por favor, dígame, ¿Tiene alguna pregunta?

CLARA: No. Marcos me explicó todo.

FAUSTO: Perfecto. (Vuelve a servirse vino, pero no bebe) No hay manera de saber cuándo va a terminar, a veces son solo diez minutos; otras, el tiempo parece que se escurre y cuando uno se da cuenta pasaron horas. Si Marcos le dijo que no se iba a demorar, seguramente estará tratando de ser lo más rápido que pueda. (Como si pensara en voz alta) A veces es mejor que sea así.

CLARA: Es que vamos a perder las reservas. (Mira hacia la puerta del fondo) ¿Le molestará si se lo pregunto? Tal vez perdió noción del tiempo, como dice usted.

FAUSTO: Yo, en su lugar, no lo haría. Espere tranquila.

Desde la habitación del fondo se escucha un estruendo metálico, luego el sonido de una motosierra.

VOZ DE MARCOS: ¡Sostené eso!

El sonido de la motosierra aumenta. Vuelve el estruendo metálico. Luego todo se detiene. No se oye absolutamente nada. Clara mira a Fausto, luce preocupada, pero él parece no prestarle atención a lo que sucede atrás. La puerta se abre y aparece Marcos, está perfectamente peinado, viste un traje negro y sobre el mismo lleva un delantal blanco de goma, similar al de un carnicero, bastante sucio. Clara y Fausto lo miran. Marcos se quita el delantal y lo cuelga en la pared.

 FAUSTO: ¿Terminaste?

MARCOS: Sí, creo que todo salió bien.

FAUSTO: ¿Te acordaste de la secuencia final?

MARCOS: Sí.

FAUSTO: Galván es muy específico.

MARCOS: (Lo mira fijamente) Tranquilo, hice todo.

FAUSTO: (Apenado) Perdón.

MARCOS: Ese ayudante que conseguiste es una molestia. Estoy harto de esos inútiles.

FAUSTO: Entiendo.

MARCOS: (A Clara) Perdón por hacerte esperar, ya estoy listo.

CLARA: (Haciendo un mohín) No sé si vamos a llegar.

Marcos sonríe y avanza hacia Clara. Ella tiene la mirada baja. Él le levanta el rostro con las manos y la besa.

MARCOS: Si no llegamos no importa. Vamos a otra parte.

Clara sonríe. Desde la habitación del fondo vuelve a oírse ruido de cosas que caen. Marcos, ofuscado, mira a Fausto duramente. Fausto sale hacia el fondo. Marcos vuelve a concentrarse en Clara.

 MARCOS: (Sonriendo con calidez) ¿Vamos?

Salen por la puerta metálica. Un instante después se escucha un estruendo violento que proviene de la habitación del fondo. Luego de unos segundos regresa Fausto, está transpirado, respira pesadamente, trae un martillo en la mano, lo limpia y lo cuelga en la pared, con las demás herramientas.

FAUSTO: (Con rabia) Imbécil.

Bebe un largo trago de vino.

 

 

DOS

 

El lugar es el mismo. En el piso está Clara, vestida con un mameluco marrón, desprendido hasta la panza, que deja ver un poco sus pechos desnudos. Está despeinada y un poco sucia, llora suavemente. Sobre ella hay una luz fuerte, como si estuviese sometida a un interrogatorio de película. Tras ella hay dos hombres, permanecen en la penumbra, son siluetas. Solo sus voces permiten reconocer que son Marcos y Fausto.

 MARCOS: Continúe.

Clara llora de modo apenas audible.

 MARCOS: La escuchamos.

Clara sigue sin hablar.

MARCOS: (Enérgico, casi gritando) ¡Hable!

Clara se sobresalta. Lentamente, acomoda un mechón de pelo detrás de su oreja. Parece muy asustada.

CLARA: (Su voz vibra con un ligero temblor) Mamá decía que el rojo es de puta, que si yo seguía pintándome los labios de rojo iba terminar siendo una puta reventada. Yo no entendía, me gusta el rojo, siempre me gustó, eso no significa nada. Intenté explicarle, pero ella no me escuchaba, no me prestaba atención. (Pausa) Una vez me pegó. Una cachetada. Me dejó la cara ardiendo. Vieja de mierda, qué fuerza tenía. (Pausa. Llora suavemente, con bronca, mordiendo el recuerdo) Había encontrado mi esmalte de uñas rojo y volvió con su sermón de siempre. Yo estaba harta, cansada, no la aguantaba más. La miré a los ojos y vi odio, me miraba con odio, me despreciaba. (Se recompone un poco) Quería lastimarla. Le dije que me gustaba el rojo y que si eso me hacía puta entonces lo era. Después vino la cachetada, el ardor, los insultos. Juró que se lo iba a contar a papá. Se me aflojaron las piernas, sentía las rodillas débiles. (Pausa. Deja de llorar. Su voz adquiere un tono más duro) Papá se demoró. Era una noche húmeda, no había ni una brisa, las hojas del lapacho no se movían, parecía que el mundo se hubiese detenido, como si de pronto viviéramos dentro de una caja de cristal. No escuché el auto, pero sentí el perfume de papá, todavía me pasa, a veces en la calle me parece sentir su perfume, como si estuviera atrás de mí, siguiéndome… (Calla un momento. Intenta cerrar su mameluco)

FAUSTO: (Seco. Habla con calma) Si toca ese cierre una vez más nos vamos a ver obligados a desnudarla.

Clara se detiene. Deja el cierre. Sus manos tiemblan.

MARCOS: Continúe.

CLARA: No puedo.

MARCOS: No nos haga enojar.

FAUSTO: No nos gusta la violencia. Colabore.

CLARA: (Con la voz quebrada) Permítanme arreglarme… solo un poco, el cierre…

FAUSTO: Basta. Quítese la ropa.

Clara rompe en llanto. Niega con la cabeza. Marcos avanza,  se pone frente a ella y le da una cachetada, luego vuelve a su lugar.

FAUSTO: No es un pedido, ¿Todavía no lo entiende? (Pausa breve. Habla amablemente) Quítese la ropa.

Clara comienza a quitarse el mameluco, con lentitud. Abajo solo lleva una bombacha blanca. Una vez que se lo quita lo deja en el piso, a su lado. Marcos ríe. Clara ya no llora, pero todo su cuerpo se estremece. Fausto avanza hasta pararse frente a ella, con mucha lentitud se quita el cinto y lo enrolla un poco en su puño. Con la otra mano levanta el rostro de Clara. Se miran intensamente.

FAUSTO: Es suficiente.

Clara se relaja, deja de temblar. Fausto se aleja a un costado y comienza a ponerse el cinto nuevamente. Marcos enciende las luces. Todo está igual que antes, salvo por una botella de agua mineral que está sobre la mesa y una caja de vinos, que está debajo.

CLARA: ¿Es esto nomás?

FAUSTO: Sí.

CLARA: (Sonriendo, a Marcos) ¿Cómo estuve?

MARCOS: Perfecta.

Clara ríe alegremente, parece divertirse con la situación. Fausto la observa con atención. Marcos lo mira.

MARCOS: Vestite, Clara.

Clara comienza a ponerse el mameluco.

FAUSTO: Voy a apagar los equipos.

Fausto sale hacia el fondo. Marcos se acerca a Clara y la ayuda a vestirse. Ella lo besa cariñosamente en la mejilla. Un instante después se apaga la luz que iluminaba a Clara un momento antes.

CLARA: Tus clientes son unos enfermos.

MARCOS: ¿Y quién no?

CLARA: Yo no. Vos tampoco. (Mira hacia la puerta del fondo) Por Fausto no puedo hablar.

Sonríe divertida y va hasta la mesa. Toma la botella de agua y bebe un larguísimo trago, luego se sienta en la mesa y sus piernas quedan colgando

MARCOS: Estás muy apurada por repartir juicios.

CLARA: No digo que sean malas personas, pero no me vas a negar que son raros.

MARCOS: Mis clientes son personas comunes. No a todos nos calientan las mismas cosas, pero yo lo decía por Fausto.

CLARA: Ah. ¿Qué pasa con Fausto?

MARCOS: No pasa nada. Pero me parece que te pone un poco nerviosa. Tenés que entender algo con respecto a Fausto, él no hace esto porque le gusta, no le queda otra, no lo puede evitar. Es lógico que a veces sienta contradicciones y eso afecta su conducta. Se pone de mal humor, habla poco. No quiero que tengas una mala impresión de él, tenemos que poder seguir trabajando juntos.

CLARA: No exageres. Lo agarré un par de veces mirándome el culo, no es gran cosa.

MARCOS: Quisiera que confíes en él.

CLARA: Confío en vos.

Marcos se acerca a Clara. Ella abre un poco las piernas y él se ubica entre ellas. Se besan. Ingresa Fausto, trae una cámara que deja sobre la mesa.

FAUSTO: No quiero molestarlos, pero tengo que arreglar esto.

Marcos se separa de Clara. Ella baja y se aparta de la mesa.

FAUSTO: (a Marcos) Esta mañana llegó la caja.

MARCOS: ¿Qué mandó?

FAUSTO: Bonarda Malbec. No lo probé todavía, ni bien lo haga te aviso. Está bajo la mesa.

MARCOS: Gracias, te lo agradezco.

CLARA: Voy a darme una ducha.

MARCOS: Apurate, se nos va a hacer tarde y yo también tengo que ducharme.

CLARA: Y vení conmigo.

MARCOS: Andá, enseguida te alcanzo.

Clara sale hacia el fondo.

FAUSTO: ¿Te vas?

MARCOS: Sí.

FAUSTO: ¿Salís con Clara otra vez?

Se produce un breve silencio

MARCOS: No podría hacer esto sin vos.

FAUSTO: Sí, lo sé. (Comienza a desarmar la cámara) ¿Cuándo hay que mandar lo de recién?

MARCOS: Mañana.

FAUSTO: Está cada vez más impaciente. No voy a tener tiempo de arreglar las cámaras de atrás y mañana vienen las maestras jardineras.

MARCOS: Galván es ansioso, es cierto, pero no lo culpes. (Le apoya una mano en el hombro) Tu trabajo es muy bueno.

FAUSTO: Sería mejor si renováramos los equipos.

MARCOS: Los equipos están bien, no empieces. Llamá a las maestras, fijate si podemos reprogramar. Es importante que mandemos esto mañana.

Marcos levanta la caja de vinos sobre la mesa y busca adentro. Saca un sobre marrón, cierra la caja y la guarda donde estaba anteriormente. Abre el sobre y saca dinero, le da un poco a Fausto y guarda el resto en su bolsillo, luego sale hacia el fondo. Fausto queda solo, concentrado en la cámara. Luego de un momento gira y observa el delantal que cuelga en la pared. Se levanta y se aproxima al delantal, dudando. Lo descuelga y amaga ponérselo, pero desiste, lo cuelga nuevamente y vuelve a la mesa. Permanece un momento pensativo y finalmente vuelve a trabajar en la cámara.

 

 

TRES

La caja de vinos está sobre la mesa. Fausto está sentado frente a una botella, abierta. Tiene un vaso en la mano, cargado apenas. Huele el vino, parece disfrutarlo, luego lo bebe de un trago. Junto a la caja, una pequeña cámara desarmada y unas herramientas. Bajo la mesa hay un bolso negro. Clara ingresa desde la calle, está vestida como secretaria ejecutiva, muy formal, pero con zapatos rojos, de tacos muy altos, también lleva lentes.

CLARA: Hola. Perdón por la demora, no conseguía los zapatos, tuve que recorrer seis locales para encontrar estos.

Clara se mira los zapatos, se los muestra a Fausto, quien los mira detenidamente.

CLARA: ¿Servirán?

Fausto la mira fijamente a los ojos, pero no dice nada.

CLARA: ¿Qué tenemos que hacer? Marcos no me pasó el guión.

FAUSTO: No sé, yo no participo hoy, solo preparo los equipos.

Quedan en silencio un momento. Clara se sienta en el banco de madera.

CLARA: ¿Y Marcos?

FAUSTO: Se retrasó. Dijo que lo esperemos.

CLARA: ¿No dijo cuánto iba a tardar?

FAUSTO: Con el tiempo aprendí a no preguntar. Si él dice que espere, yo espero.

CLARA: ¿Siempre hacés todo lo que te pide?

FAUSTO: Cuando se trata de trabajo, sí. Lo que hacemos es difícil, y funciona bien. Él se encarga de eso, de que funcione. Maneja los clientes y las vías de distribución. Nunca se equivoca, no hace las cosas a la ligera, todo está pensado, así que yo confío. Si dice que espere, yo espero.

Silencio extenso. Clara juega con sus uñas, luego se mira los zapatos.

CLARA: ¿Probar el vino es parte de tu trabajo?

FAUSTO: (Con fastidio) ¿Preguntar tanto es parte del suyo?

CLARA: (Riendo) Bueno, tampoco te pongas así. A veces parece que no tenés sentido del humor. ¿Por qué todavía me tratás de usted? Tenemos más o menos la misma edad. Me hacés sentir vieja.

FAUSTO: De donde yo vengo es una señal de respeto.

CLARA: También es una señal de distancia. (Fausto la mira, ella sonríe cálidamente) Aflojate un poco, no hay necesidad de ser tan serio todo el tiempo. Trabajamos juntos todos los días y es como si fuésemos dos extraños (Piensa un momento) ¡Por Dios, Fausto! ¡Las cosas que hicimos juntos no las hice con nadie más! ¿Cómo podés mantenerte tan frío conmigo?

FAUSTO: Lo nuestro es una relación laboral, no lo olvide.

Clara ríe sonoramente, se levanta de la silla y recorre el lugar. Fausto la sigue con la mirada. Ella se para frente al delantal de carnicero, que cuelga en la pared, lo observa un momento y luego lo toca.

FAUSTO: (Nervioso) ¡No lo toque!

CLARA: (Soltando el delantal, sorprendida) Está bien, no es para que te pongas así.

FAUSTO: (Conteniéndose) Disculpe, Clara, no fue mi intención, es solo que Marcos es muy celoso de sus cosas.

Silencio tenso. Fausto trata de calmarse. Clara lo mira con insistencia, pero él evita su mirada.

CLARA: ¿Cómo llegaste a trabajar acá? Es obvio que tenés conocimiento sobre los equipos, y de cine, podrías estar trabajando en otro lado.

FAUSTO: (Brusco) ¿Cómo llegó usted?

CLARA: ¿Vos crees que no intenté otra cosa? ¿Qué esto es lo que yo hubiese elegido hacer? No tuve suerte y lo cierto es que no tengo mucho talento. Tengo un buen culo y la moral un poco floja (Sonríe con picardía) Conocí a Marcos en un café y acá me tenés. (Hace una pausa y lo observa, como tratando de descubrir algo en su rostro) Pero vos sos distinto. No te entiendo todavía.

FAUSTO: Cada uno hace lo que puede. Yo tampoco elegí estar acá, hablando con usted. A veces uno debe hacer lo que necesita, pero no se preocupe, todo pasa.

CLARA: (Mirándolo con una sonrisa, casi despectiva) Está bien, no te voy a molestar más. Esperemos a que llegue Marcos y hagamos lo que tenemos que hacer.

Clara vuelve a sentarse en el banco. Fausto le da la espalda y comienza a sacar los vinos de la caja para revisarlos. Permanecen un instante así, sin hablarse. El silencio se hace contundente, hasta que es interrumpido por el teléfono. Clara se sobresalta, pero Fausto atiende sin prestarle mayor atención.

FAUSTO: (Muy tranquilo) Decime. (Mientras escucha, Fausto guarda los vinos en la caja) No hay problema. ¿Está todo? ¿Necesitás que te ayude con algo? (Pausa. Fausto escucha con atención) Enseguida. Vos terminá, yo te aviso.

Fausto cuelga el teléfono. Clara lo observa con atención, expectante, pero él sigue dándole la espalda.

CLARA: (Impaciente) ¿Y? ¿Era Marcos? ¿Qué dijo?

FAUSTO: (Con calma, sin mirarla) Que estemos listos.

CLARA: (Con fastidio) ¿Eso nomás? ¿No dejó dicho nada para mí? ¿Del guión no dijo nada? No me molesta improvisar, pero al menos me gustaría saber cuál es la situación, qué tengo que hacer, algo.

FAUSTO: (Girando hacia ella, con tranquilidad) No sé qué quiere que le diga, Clara. “Estén listos”, eso dijo.

Se miran a los ojos un momento. Parece que Clara va a decir algo, pero se contiene. Fausto gira y comienza a trabajar con la cámara que está sobre la mesa, mientras lo hace silba. El silbido de Fausto toma la habitación, es una melodía triste. Clara está incómoda.

CLARA: (Cortante) ¿Dónde están mis cosas?

Fausto deja de silbar, la mira con calma y con una seña le muestra el bolso negro que está bajo la mesa, luego sigue con la cámara. Clara se levanta, busca el bolso y comienza a sacar cosas, que va apoyando sobre la mesa: Una botella de agua mineral, una toalla pequeña, un rebenque de cuero negro, un pote de crema, un estuche de maquillaje y un oso de peluche. Observa las cosas, como verificando que todo esté en orden. Fausto termina de armar la cámara.

FAUSTO: ¿Falta algo?

CLARA: No.

Ella vuelve a guardar las cosas en el bolso, menos el agua, y lo ubica bajo la mesa, donde estaba. Abre la botella y bebe. Se aleja de la mesa, con la botella en la mano.

CLARA: Esto podría ser más llevadero si me trataras bien, hasta los videos serían mejores si no estuvieses todo el tiempo tan tenso. Pensalo. Si no lo hacés por mí, podés hacerlo por el trabajo.

FAUSTO: Los videos están bien.

CLARA: (Cansada) Como quieras.

Clara bebe otro trago de agua. Avanza hasta el banco, pero se la nota un poco tambaleante. Fausto gira y la observa con atención. Ella llega hasta el banco, se apoya en él, intenta subirse, pero se cae al piso empujando el banco hacia atrás. La botella de agua rueda por el suelo. Fausto sonríe, casi imperceptiblemente. Clara, sentada en el piso, lo mira extrañada.

CLARA: (confusa) Estoy un poco… mareada…

Fausto se acerca un poco a Clara, sin dejar de mirarla. Clara le tiende una mano vacilante. La sonrisa de Fausto crece. No la ayuda, solo la observa.

CLARA: Fausto… ayudame, no puedo… no siento las piernas.

FAUSTO: (Calmado, sin dejar de sonreír) No se asuste, es normal.

De los ojos de Clara asoman lágrimas. Como puede, arrastrándose con los brazos, retrocede para alejarse de Fausto. Llega a la pared del fondo y permanece apoyada allí, junto al delantal de carnicero. Está aterrorizada. Fausto se acerca y se ubica junto a ella, en cuclillas. Están cara a cara. Clara llora en silencio.

FAUSTO: (Con una inquietante calma) No llore. No tiene que tener miedo, lo que va a sucederle es bello. La espera la trascendencia, Clara, y yo voy a encargarme de que llegue a ella inmaculada. Ese es mi trabajo. Por favor, no llore. (Saca un pañuelo de su bolsillo y le limpia cariñosamente el rostro) Galván es nuestro mejor cliente ¿sabe? Tiene fantasías muy específicas, pero me da mucha libertad creativa. El problema con Galván es que su fantasía final es un tanto… (Piensa, buscando la palabra correcta) contundente. Nos vemos obligados a cambiar de actriz una vez llegado este punto, eso es un tanto incómodo, además de las contradicciones morales que implica. El punto es que paga muy bien. (La observa un instante. Le acomoda un mechón de pelo detrás de la oreja) Usted es una actriz excelente, Clara, permítame decírselo. Lo supe desde el instante en que la vi. Usted entró acá, con su vestido negro y el aire se congeló. No pude verla más con ojos humanos, no puedo. Cuando la veo, veo planos, secuencias, escenas perpetuas. (Hace una pausa. Le acaricia una mejilla. Ella lo mira sin poder moverse. En los ojos de Clara solo hay miedo) Cuando te veo, mis ojos son un proyector. Un eterno, incansable, proyector de mi mente. Por eso te evito. Por eso la distancia, Clara. Si te permitía acercarte (Vacila) bueno, simplemente no podría hacerte estas cosas. (Fausto se levanta y vuelve a la mesa) ¿Sabés por qué estoy acá? Por las imágenes. Imágenes que no podría hallar en ningún otro lugar.

Fausto toma la cámara y filma a Clara, quien lentamente, pierde el conocimiento. Luego apaga la cámara y la deja sobre la mesa. Sirve un vaso de vino y bebe. Luego levanta el teléfono y marca tres números. Espera un instante.

FAUSTO: Podés venir.

Fausto cuelga. Un momento después, desde la puerta del fondo, ingresa Marcos, vestido de traje y con un bolso pequeño en la mano. Mira a Clara.

MARCOS: (Con dulzura) Es preciosa.

FAUSTO: Es más que eso.

Marcos y Fausto se miran, luego Marcos apoya el bolso sobre la mesa.

MARCOS: Ayudame.

Entre los dos, toman a Clara y la sacan por la puerta del fondo. La habitación permanece vacía un momento, luego retorna Fausto, silbando la misma melodía triste de antes y se sienta frente a la mesa. Va a servirse vino, pero duda y finalmente no lo hace. Ingresa Marcos.

MARCOS: ¿Es bueno?

FAUSTO: Bastante. Es mejor que el anterior.

MARCOS: Podemos brindar, al terminar.

FAUSTO: Creo que bebí suficiente.

Silencio. Marcos avanza hasta el delantal, lo descuelga y se lo pone. Fausto ve el  banco alto de madera, se levanta y lo acomoda en su lugar.

FAUSTO: Si necesitás algo, llamame.  

Marcos va hasta su bolso, lo abre y saca una cadena gruesa, pero no muy larga. También saca un paquete y se lo extiende a Fausto, sin decir nada. Fausto lo mira y duda.

MARCOS: Estaba esperando el momento para dártelo.

Fausto toma el paquete y lo abre, es un delantal de carnicero, igual al de Marcos, pero nuevo. Permanece con el delantal en las manos, observándolo. Marcos sonríe, se enrolla la cadena en un puño.

MARCOS: ¿No te lo vas a poner?

FAUSTO: (Sorprendido) No lo esperaba.

MARCOS: Te dije que no puedo hacer esto sin vos.

Se miran en silencio. Lentamente, Fausto se pone el delantal. Marcos toma un martillo de la pared y se lo da a Fausto.

MARCOS: Ese es el que te gusta, ¿no?

FAUSTO: Sí.

MARCOS: Bueno, ya veremos cómo funciona.

Fausto asiente con la cabeza. Avanzan. Se detienen los dos frente a la puerta del fondo, solo un breve instante. Marcos desaparece por la puerta del fondo, Fausto lo sigue. La habitación queda vacía. Un sonido metálico, acompasado, crece hasta dominarlo todo.

NACERÁN PÁJAROS

Pedro – Hombre de 45 años.

Pascual – Hombre de 45 años.

José – Hombre de 25 años.

Daniela – Mujer de 18 años.

 

 

1

Habitación rectangular  sin ventanas. Una puerta a la izquierda, sobre la misma un parlante. Contra la pared del fondo, del lado izquierdo, hay un escritorio sobre el cual se ve un equipo de sonido y muchos papeles. En la pared hay desplegado un mapa con algunos puntos resaltados en rojo.  Contra la pared de la derecha hay una cama de una plaza.

Pedro, vestido con ropa azul de fajina, está sentado frente al escritorio en una silla de metal leyendo un cuaderno rojo.

La habitación está ordenada, pero parece que una ligera capa de polvo cubriera todo, incluso a Pedro.

Ingresa Daniela, vestida con ropa de trabajo marrón claro muy grande para ella. Es pequeña, casi frágil. Lleva los puños de la camisa arremangados y trae una palangana de metal y una toalla limpia.

PEDRO: Dejalo ahí, por favor.

DANIELA: Disculpame, pensé que habías terminado.

PEDRO: No te preocupes, ya terminé. (Deja el cuaderno) Gracias.

Pedro lleva la palangana hasta el borde de la cama y se sienta. Se lava el rostro y las manos. Daniela se sienta en la silla.

PEDRO: ¿Cómo estás?

DANIELA: Bien, como siempre, creo.

PEDRO: ¿Alguna novedad?

DANIELA: No. Nada. Fue un día tranquilo. Encontramos ratas en el depósito.

PEDRO: Me impresionan las ratas.

DANIELA: Ya estoy acostumbrada, con el frío siempre entran. Eran 6, las matamos a todas.

PEDRO: ¿Llegó tu papá? ¿Cómo está?

DANIELA: Hace dos días. Está bien, supongo, últimamente hablamos poco.

PEDRO: Pensaba ir a verlo más tarde.

DANIELA: Sería bueno, le vendría bien.

PEDRO: Tengo ganas de hablar con él.

DANIELA: ¿Pasó algo?

PEDRO: No, tengo ganas de verlo, nada más, creo que me vendría bien charlar con Marcos, despejarme.

DANIELA: No entiendo como no se cansan de hablar siempre de lo mismo.

PEDRO: Nunca hablamos de lo mismo, siempre hay algo nuevo que se recuerda o algún detalle que se corrige.

DANIELA: (Ríe) Se cuentan todo el tiempo las mismas historias.

PEDRO: Pero siempre son distintas. Si prestás atención, siempre son distintas.

DANIELA: Inventan.

PEDRO: No inventamos nada, corregimos.

DANIELA: Siempre me pareció que suenan raros cuando están juntos.

PEDRO: ¿Raros?

DANIELA: Sí, raros, qué sé yo, más felices, más relajados. Es difícil que alguno de ustedes esté relajado.

PEDRO: ¿Alguno de nosotros?

DANIELA: Sí, ustedes, los… (Se calla)

 PEDRO: ¿Los viejos, querés decir?

Daniela se sonroja y ríe. Permanecen un rato en silencio.

DANIELA: Me preocupa un poco papá.

PEDRO: ¿Por qué?

DANIELA: Siento que no está muy bien. No sé, capaz son cosas mías, no me hagas caso.

PEDRO: No te preocupes tanto, de verdad, esta época es complicada, el trabajo es más duro, es normal que venga cansado.

DANIELA: Debe ser eso.

PEDRO: ¿Te acordás de esa anécdota que contamos siempre? ¿La del Liceo?

DANIELA: La del día en que los corrieron los perros.

PEDRO: Sí,  esa.

DANIELA: ¿Qué pasa con esa historia?

PEDRO: Ese día, escapándonos de los perros, conocimos a tu mamá.

DANIELA: ¿Ese día?

PEDRO: Nos estaban alcanzando. Tu mamá vivía a la vuelta del Liceo y nos abrió el portón para que nos metiéramos en su casa. Estábamos tan desesperados que entramos casi empujándonos y tu papá la tiró a Dora al piso. Unos días después eran novios.

DANIELA: (Sonriendo) Nunca me contaron eso.

PEDRO: Es que a Marcos le cuesta hablar de Dora.

Pedro sonríe, Daniela baja la mirada.

PEDRO: ¿Estás bien?

DANIELA: Sí, estoy bien.

PEDRO: Te cambió la cara.

DANIELA: No, de verdad, estoy bien, es que estoy un poco cansada.

PEDRO: ¿Necesitás algo?

DANIELA: No, en serio, necesito dormir un poco, nada más.

Pedro se para, con la toalla en la mano.

PEDRO: (Señalándose la camisa) Yo debería…

DANIELA: Sí, yo  me voy, tengo cosas que hacer. Te veo más tarde, si vas a verlo a papá.

PEDRO: Seguro.

Daniela va a salir, pero cuando llega a la puerta se detiene. Tiene el picaporte en la mano, está de espaldas a Pedro. Gira y se acerca, lo besa en la mejilla y se va.

 

 

 

2

 

Pedro está liando un cigarrillo. José está sentado en la cama, viste ropa de trabajo marrón claro y juega con un encendedor.

PEDRO: La clave está en la presión del tabaco.

Pedro termina y le arroja el cigarrillo a José. Comienza a liar otro, mientras José fuma.

PEDRO: Es normal, casi siempre sucede. Revisá los cálculos y si surgen desviaciones elaborá un cronograma nuevo. La clave está en la presión, como con los cigarrillos.

JOSÉ: Es normal, pero nos retrasa. ¡El tipo estaba enterrado hasta el pecho, no entiendo cómo no se dio cuenta de que no iba a poder salir!

PEDRO: (Sonriendo) ¿Eso no entendés? Yo no entiendo como entró.

JOSÉ: Pascual me va a matar.

PEDRO: Pascual sabe cómo son estas cosas.

Pedro enciende su cigarrillo. Fuman un momento en silencio. José se levanta, estira un poco sus piernas. Camina hasta el escritorio y se para frente al mapa. Pedro va hacia la cama y se acuesta.

JOSÉ: Yo conocí este río, mi viejo me llevó a pescar.

PEDRO: No sabía que pescabas.

JOSÉ: No pesco, esa fue la única vez que fui.

PEDRO: ¿No te gustó?

JOSÉ: Era un lugar lindo, pero me aburrí enseguida. Terminé leyendo en la carpa y mi viejo pescando solo. A él le gustaba, yo era muy chico y los pescados me daban un poco un de asco.

PEDRO: Supongo que eso es normal.

JOSÉ: ¿Seguirá siendo igual?

PEDRO: ¿Qué cosa?

JOSÉ: El río, el lugar al que fui esa vez.

PEDRO: No tengo la menor idea, José, pero lo más probable es que haya cambiado.

JOSÉ: ¿Vos sabés pescar?

PEDRO: No.

Desde el parlante que está sobre la puerta de la habitación suena estática y  luego la voz de Pascual.

VOZ DE PASCUAL: Pedro, necesito hablar con vos, subí por favor.

Pedro toma una carpeta del escritorio.

PEDRO: No te vayas, quiero que me cuentes como lo sacaron del pozo. (Sale).

José ríe, se sienta en la cama y mira la puerta, que quedó abierta. Va a cerrarla, pero ingresa Daniela. Se sorprenden.

JOSÉ: Dani…

DANIELA: ¿Qué hacés acá?

JOSÉ: Estoy esperando a Pedro.

DANIELA: Ah, yo venía a buscar las sábanas para…

Se miran, sin saber muy bien que decir. José sonríe,  avanza, la toma de la cintura y la besa en la boca.

JOSÉ: Te extrañé.

DANIELA: Yo también.

JOSÉ: Te extrañe mucho.

DANIELA: No seas exagerado, nos vimos hace un rato. Y soltame a ver si viene alguien y nos ve.

JOSÉ: (Apretándola más, jugando) Pedro recién se fue.

DANIELA: (Riendo) ¡José, soltame!

José la suelta, ambos ríen. Daniela lo besa nuevamente.

DANIELA: ¿Terminó tu turno?

JOSÉ: Sí, tuvimos que terminar antes. Estaba por ir a bañarme.

DANIELA: (Simula olerlo) Te vendría bien.

JOSÉ: (Sonriendo) Los hombres olemos así.

Daniela ríe y se sienta en la cama.

DANIELA: ¿Y Pedro?

JOSÉ: Lo llamó Pascual. ¿Tu papá no volvió?

DANIELA: Todavía no, y no empieces, te dije que iba a hablar con él, dejame que yo sé cómo tratarlo.

JOSÉ: Está bien, no te enojes, es que estoy ansioso.

DANIELA: No hay motivos para desesperarse. (Sonriendo, se acerca a José) Yo no pienso ir a ninguna parte, ¿vos sí?

JOSÉ: Yo estaba pensando en invitarte al río. Si salimos bien temprano nadie se va a dar cuenta.

DANIELA: (Con ternura) Sos un tonto.

JOSÉ: De verdad te lo digo.

DANIELA: (Sonriendo) Sí, claro. Tengo que irme, ¿hablamos después?

JOSÉ: Andá tranquila.

Daniela sale. José se sienta en la cama, recostado contra la pared. Pasa un rato mirando el techo, sin saber qué hacer. Se levanta y se acerca al mapa. Mira las cosas sobre el escritorio y se detiene en el equipo de sonido. Duda un momento, va hacia la puerta y controla que nadie venga, regresa al escritorio y enciende el equipo.

 

 

3

Pascual está sentado frente al escritorio y lee unos papeles. Tiene la misma edad que Pedro y lleva ropa de trabajo azul, pero es más pequeño, de estatura y contextura física, usa lentes. Deja los papeles sobre el escritorio. Ingresa Pedro.

 PEDRO: Hola, no sabía que estabas acá, ¿necesitás algo?

PASCUAL: En este momento me vendría bien un cigarrillo.

Pedro saca un cigarrillo y el encendedor del bolsillo y se los da. Pascual lo enciende y le devuelve el encendedor.

PASCUAL: En algún momento se te va a terminar el tabaco.

PEDRO: Fumo cada vez menos.

PASCUAL: Ahora me vas a decir que estás por comenzar a correr también.

PEDRO: (Ríe) Correr en círculos.

Pascual mira el humo de su cigarrillo. Parece preocupado.

PEDRO: ¿Cuántos más?

PASCUAL: Siete.

PEDRO: Hay que hacer algo, Pascual.

PASCUAL: Algunas cosas no se pueden controlar. Era inevitable. Tal vez sea hora de algunos cambios. Tal vez ya no estamos pensando con claridad.

PEDRO: ¿Qué querés decir?

PASCUAL: No sé, cada día me cuesta más levantarme de la cama. Tenemos que admitir que no hay avances. En cierto punto entiendo a la gente.

Silencio tenso.

PASCUAL: ¿No sentís como si hubiésemos nacido acá? A veces me pasa, trato de recordar cosas de antes y todo se me mezcla.

PEDRO: Todos estamos cansados. Vos tratá de relajarte, y cuando estés más tranquilo, hablamos.

PASCUAL: (Se toma la frente con las manos) Yo no soy José, no me hables como a un chico.

PEDRO: No te comportes como un chico, entonces.

PASCUAL: ¿Vos te das cuenta de la ridiculez de todo?

PEDRO: Bueno, decime vos entonces ¿Qué hacemos?

PASCUAL: No sé, pero al menos dejemos de actuar como si supiéramos perfectamente que pasa afuera.

PEDRO: No sé a dónde querés llegar.

PASCUAL: (Riendo) Tenés una maestría en no entender lo que no te conviene.

PEDRO: Esperemos un poco. Dame un par de meses.

PASCUAL: Como quieras. El experto sos vos. (Pausa) Estás pálido, ¿cuándo fue la última vez que comiste?

PEDRO: No es eso, es que no salgo hace un tiempo.

PASCUAL: Tendrías que aprovechar antes de que llegue el invierno.

PEDRO: ¿Para qué?

Pascual lo mira, parece que va a decir algo pero se calla. Camina lentamente hacia la puerta pero se detiene antes de llegar.

PASCUAL: ¿Seguís escuchando a Dora?

PEDRO: Eso no es asunto tuyo.

Pascual lo mira un momento y sale. Pedro permanece frente al escritorio, observa el equipo de sonido, hace un ademán de encenderlo pero se detiene, finalmente va hasta la cama y se acuesta.

 

 

4

 

La habitación está vacía. En el escritorio hay un plato con comida. Entra Daniela, va directamente hasta la cama y comienza a sacudir las sábanas. Se detiene  y comienza a recogerse el pelo. Llega Pedro leyendo unos papeles. Daniela está dándole la espalda y no se percata de su presencia. Permanece observándola en silencio. Daniela gira y lo ve, se sorprende.

DANIELA: (Terminando de arreglarse el pelo) Hola.

PEDRO: No sabía que estabas, vuelvo en un rato.

DANIELA: ¿Cómo te vas a ir? Es tu habitación, quedate, tiendo la cama y me voy, ya estoy terminando.

Pedro sonríe y va a sentarse frente al escritorio. Silencio, cada uno se enfoca en lo suyo. Mientras hace sus cosas, Daniela comienza a tararear una canción, luego empieza a cantarla (“Bienvenidos al tren” de Sui Géneris). Cuando la escucha cantar, Pedro deja lo que está haciendo y centra su atención en ella. Daniela gira y lo ve, observándola. Sonríe.

DANIELA: Disculpame si te distraje, no me di cuenta.

PEDRO: Me gusta esa canción.

DANIELA: Me sé solo esa parte, mamá la cantaba siempre. Papá siempre dice que a ella le hubiese gustado ser cantante.

PEDRO: Es cierto.

DANIELA: No me los imagino de jóvenes.

PEDRO: ¿A Marcos y a Dora? Eran geniales, estaban todo el día juntos. Se llevaban muy bien, la verdad es que les tenía envidia.

DANIELA: ¿Envidia? ¿Por qué?

PEDRO: Qué sé yo, eran felices. Yo siempre fui un poco negado para las mujeres, me costaba, no sé porqué.

DANIELA: No te creo.

PEDRO: Creeme. Cuando estaba solo con una mujer me volvía un idiota, no sabía qué hacer ni qué decir… les terminaba hablando de química.

Daniela ríe con fuerza.

PEDRO: Pero Marcos no, él siempre fue un hombre de actuar. A veces parecía que no pensaba, pero las cosas le terminaban yendo bien. José me hace acordar mucho a tu papá, por cosas como esas.

DANIELA: ¿José?

PEDRO: Sí. (Pausa) Tal vez lo envidie un poco a él también.

Daniela lo mira y nota el plato lleno de comida en el escritorio.

DANIELA: ¡Pedro! No comiste nada, ¿Otra vez? (Va hasta el escritorio) No probaste un bocado.

PEDRO: Tengo el estómago cerrado.

DANIELA: Tenés que comer, te necesitamos sano.

PEDRO: Estoy bien.

DANIELA: (Preocupada) Estás pálido.

PEDRO: No es nada.

Llaman a la puerta. Se asoma José.

JOSÉ: Hola.

DANIELA: Hola.

PEDRO: Hola, José, pasá.

José entra y mira a Daniela. Parece que no se decide a hablar.

PEDRO: ¿Qué pasa?

JOSÉ: Está viniendo Pascual, me dijo que baje para que hablemos.

José hace un gesto con la cabeza hacia Daniela, Pedro no comprende, pero Daniela se da por aludida.

DANIELA: Dejen, ya entendí, me voy así pueden hablar tranquilos.

Daniela sale, cuando pasa junto a José le sonríe. José gira y se queda como embobado mirándola salir.

PEDRO: ¡José!

JOSÉ: ¿Qué?

PEDRO: ¡¿Cómo qué?! ¿Qué pasa? ¿Y Pascual?

JOSÉ: No sé, dijo que bajaba atrás mío.

Instantes después ingresa Pascual.

PASCUAL: Hola, no tengo mucho tiempo, pero quería hablar con los dos.

PEDRO: ¿Hubo algún problema?

PASCUAL: En realidad quería que lo escuches a él (Señala a José con la cabeza)

JOSÉ: ¿A mí?

PEDRO: ¿Qué pasa, José?

JOSÉ: No sé.

PASCUAL: (a José) Contale lo que me dijiste esta mañana.

JOSÉ: Ah, eso (A Pedro) es que hoy le estaba diciendo a Pascual que tenemos que cambiar al operario de la grúa, ya sé que no es fácil pero no podemos seguir así.

PASCUAL: No.

JOSÉ: Pero es necesario, Pascual, se cayó en el pozo de nuevo, ese tipo no sirve.

PEDRO: Pascual tiene razón, no podemos entrenar un operario nuevo, te la vas a tener que arreglar porque estamos apretados con el clima.

JOSÉ: Pero es un pelotudo, era el mismo pozo, Pedro.

PASCUAL: Eso no, José. Lo que encontraron.

JOSÉ: Ah, eso. No es nada.

PASCUAL: Contale.

JOSÉ: (a Pedro) Hace varios días los muchachos están nerviosos: poniendo excusas, hablando entre ellos por lo bajo. Ayer los junté y después de insistir un rato me contaron que cerca del monte  se escuchaba algo raro, por eso nadie quería trabajar en esa zona. Les pedí que me mostraran dónde y fui hasta ahí, quería mostrarles que no había nada, pero cuando estaba ahí yo también lo escuché.

PEDRO: ¿Qué es?

PASCUAL: Dejalo seguir. (A José) Seguí.

JOSÉ: Apenas se escuchaba, era un ruido muy chiquito. Venía de un árbol. Eran pichones, un nido, había tres, recién nacidos.

PEDRO: ¡¿Qué?!

PASCUAL: Lo que escuchaste.

PEDRO: ¿Están seguros?

JOSÉ: Sí, pajaritos, no es nada.

PASCUAL: Están naciendo pájaros, Pedro.

 

5

 

Pedro está sentado en la cama, recostado en la pared. Frente a él, en la silla está Pascual. Están riendo.

PASCUAL: No entiendo cómo no nos suspendieron.

PEDRO: A mí me suspendieron.

PASCUAL: Porque corrés muy lento.

Pedro sonríe. Pascual va hasta el escritorio y de uno de los cajones saca la botella de ginebra y dos vasos.

PASCUAL: No se te termina más esta porquería.

Se sienta y llena los vasos, le alcanza uno a Pedro.

PEDRO: Nos va a hacer mal.

PASCUAL: Tomá y no preguntes.

Beben un momento en silencio.

PASCUAL: No podemos hacer de cuenta que no significa nada.

PEDRO: También puede ser un episodio aislado, una anomalía.

PASCUAL: Después de tantos años no puede ser una casualidad.

PEDRO: No te apures a sacar conclusiones. Son tres pájaros, Pascual.

Se miran. Pedro sonríe, termina su bebida y le alcanza el vaso a Pascual, este lo llena y se lo devuelve.

PASCUAL: ¿Qué sería lo peor que podría pasar?

PEDRO: ¿Si salimos? No tengo la menor idea, ese es el problema.

PASCUAL: ¿Tenés miedo?

PEDRO: (Piensa) No, no es eso, son otras cosas, es este lugar, todo lo que significó. ¿Vos te acordás lo que decíamos cuando nos preparábamos para venir?

PASCUAL: Sobrevivamos y arreglemos las cosas.

PEDRO: Exacto. Ya sobrevivimos, solo nos falta la segunda parte.

PASCUAL: Todo está saliendo según el plan, entonces.

Ríen, luego permanecen en silencio un momento, pensando, sin mirarse. Pascual se levanta.

PASCUAL: José quiere irse, ¿sabías?

PEDRO: Sí,  y sé. Es normal, iba a pasar tarde o temprano.

PASCUAL: ¿No te molesta?

PEDRO: Ya se le va a pasar.

PASCUAL: No creo, es terco. También me llegaron algunos rumores sobre que la gente está angustiada, que algunos piensan que ya no podemos con esto.

PEDRO: La gente siempre está angustiada por algo. Dejá la botella.

Pascual le alcanza la botella y lleva su vaso al escritorio.

PASCUAL: No te abuses de eso y por favor pensá en lo que te dije (Lo mira sonriendo) Te vendría bien un poco de sol.

Pascual sale. Luego de un momento, Pedro se levanta y va hacia el escritorio, enciende el equipo de sonido.

 

 

 

 

6

 

La habitación está vacía. Entra Pedro muy nervioso, casi fuera de sí. Se queda parado en el centro, se toma la frente. Avanza hasta el escritorio y toma la silla. La arroja con fuerza contra la pared. Se sienta en el piso, apoyado contra el escritorio.  Saca la botella de ginebra de uno de los cajones y bebe un trago. Trata de calmarse, pero comienza a llorar. Ingresa José, también muy nervioso, se queda duro cuando ve a Pedro.

JOSÉ: Te enteraste.

Pedro no responde.

JOSÉ: ¿Necesitás algo?

PEDRO: ¿Cómo fue? ¿Los viste?

JOSÉ: Vengo de ahí.

PEDRO: ¿Cómo fue?

JOSÉ: Basta, Pedro, ya está.

PEDRO: (Gritando) ¡¿Cómo fue?!

JOSÉ: Se ahorcaron.

PEDRO: No me entra en la cabeza, no entiendo. Yo hablé con Marcos hace poco y estaba bien, no entiendo, José.

JOSÉ: Nadie entiende.

Pedro toma otro trago. Le extiende la botella a José pero este niega con la cabeza.

PEDRO: ¿Quién lo sabe?

JOSÉ: Pascual, yo y unos cuantos más. Pero Pascual nos dio la orden de no decir nada.

PEDRO: Está bien, tiene razón, si se sabe puede… está bien.

JOSÉ: Necesito decírselo a Daniela.

PEDRO: (Con furia) Ni a ella ni a nadie. A nadie, ¿entendiste?

JOSÉ: Tiene derecho a que saber.

Pedro se levanta, avanza hasta José, lo toma de la ropa y lo sacude, pero está débil.

PEDRO: Se te dio una orden.

JOSÉ: (Intentando calmarlo) La voy a cumplir. Ni una palabra, a nadie.

PEDRO: Hay que controlar las reacciones… Daniela…

A Pedro se le aflojan las piernas y se apoya en José, este lo abraza, está totalmente confundido. Permanecen así un momento. José no sabe qué hacer.

JOSÉ: Tenemos que salir, tengo que salir.

Pedro se suelta y lo mira, está mareado.

JOSÉ: (Nervioso) Sé que no es el momento, pero no sé qué hacer. Ayudame.

PEDRO: Sos un cobarde.

JOSÉ: Necesito que me escuches.

PEDRO: (Seco) Andate.

José sale lentamente, luego Pedro cierra la puerta con violencia.

 

 

 

7

 

La habitación está vacía. Ingresa Daniela, visiblemente alterada. José la sigue.

JOSÉ: Te lo iba a decir, estaba buscando el momento.

DANIELA: ¡Nos vemos todos los días y no pudiste encontrar un momento para contármelo!

José no sabe qué responder. Daniela se sienta en la cama y comienza a llorar.

JOSÉ: Fue una orden de Pedro, yo quería decírtelo.

DANIELA: Si querías lo hubieras hecho, no culpes a Pedro.

JOSÉ: No supe cómo. Perdoname. Están pasando muchas cosas y tenemos que estar unidos porque…

DANIELA: (Interrumpiéndolo) ¿Qué cosas? A mí no me pasa nada, nunca. Yo cocino, arreglo las habitaciones, traigo y llevo cosas y nada más. Y ahora no está papá y él era lo único que yo tenía ¿entendés? Papá era el olor del pasto de casa recién cortado, la tierra fría cuando caminaba por ahí descalza. Todo eso ya no existe, pero existía en él, cuando lo miraba. Ahora solo me queda ésto. Este lugar. Este frío.

Silencio pesado. Daniela mira el piso.

DANIELA: No tengo nada para ofrecerte, José. Estoy vacía.

JOSÉ: Vamos a otra parte, Dani, Pedro va a llegar en cualquier momento.

DANIELA: Andate, yo me voy a quedar a esperarlo.

JOSÉ: Él dio la orden para protegerte.

DANIELA: No estoy enojada con él, José, a él lo entiendo, necesita llevar adelante este lugar. Pero vos no tenés excusa.

JOSÉ: Basta de esta mierda. Juntemos nuestras cosas y salgamos de acá, quiero irme y quiero que vengas conmigo. Busquemos algo distinto.

DANIELA: No conozco otra cosa, ¿por qué me voy a ir?

JOSÉ: Si nos quedamos vamos a terminar como Pedro y los demás.

Ella lo mira con calma.

DANIELA: Te miro y no puedo sentir nada. Sentir de verdad, como antes.

José la mira, está a punto de decir algo pero se contiene. Se dirige a la puerta.

JOSÉ: (Antes de salir) ¿Alguna vez escuchaste las grabaciones de Pedro?

DANIELA: No.

JOSÉ: Te podrían interesar.

José sale. Daniela se acerca lentamente al escritorio. Mira el equipo de sonido dudando. Va hacia la puerta y la cierra. Vuelve al escritorio y se sienta. Va a encender el equipo pero se detiene. Piensa un momento y finalmente, con decisión, enciende el equipo.

 

8

 

La habitación de Pedro está en penumbras. Pedro está en la cama. Entra Daniela. Se acerca lentamente, intentando no hacer ruido y cuando llega a unos pasos se quita la ropa. Desnuda, levanta las sábanas y se acuesta junto a Pedro. Cuando lo abraza Pedro se despierta y la ve, está confundido.

PEDRO: ¿Dora, sos vos?

DANIELA: Sí.

Pedro apoya la cabeza en la almohada y se relaja. Daniela le acaricia el pelo y lo besa. Se abrazan, ella se acomoda sobre él y comienza besarle el cuello.

PEDRO: ¿Dónde estabas?

DANIELA: (Sin dejar de besarlo) No importa, estoy acá.

Pedro le levanta el rostro y la besa en la boca, la hace girar para quedar sobre ella. Se acomoda entre sus piernas y la penetra. Daniela gime. Pedro inicia un vaivén firme, Daniela le araña la espalda. De pronto, él se detiene, confundido, ella se queja, pero Pedro se aparta bruscamente, su cara pasa de la sorpresa a la furia. Pedro se levanta y se aleja de la cama cubriéndose con la sábana.

PEDRO: ¡Daniela! ¡¿Estás loca?! ¡¿Qué hacés acá?! ¡¿Qué…qué hice?

DANIELA: (Levantándose y avanzando hacia él, tratando de calmarlo) Nada, no hiciste nada, fui yo, yo quería…

Pedro le da un cachetazo. Ella cae al piso. Se miran en silencio.

9

Pedro está revisando papeles en su escritorio. Entra José, tiene las mangas de la camisa arremangadas y las manos sucias, viene limpiándose con un trapo.

JOSÉ: ¿Me llamaste?

PEDRO: Pasá, qué bueno que pudiste venir.

JOSÉ: ¿Qué necesitás? Perdoname, pero me agarraste a mitad del turno.

PEDRO: No te preocupes por eso. ¿Cómo está Daniela?

JOSÉ: Eso se lo tenés que preguntar a ella.

PEDRO: Entiendo que estés enojado, pero ¿qué esperabas?

JOSÉ: La verdad es que no sé.

PEDRO: Yo estoy igual que vos. No tengo más respuestas.

Silencio. José termina de limpiarse las manos. Pedro lo mira.

PEDRO: No me respondiste.

JOSÉ: ¿Qué?

PEDRO: ¿Cómo está Daniela?

JOSÉ: No sé, no me habla. Ahora me vas a hacer creer que no sabías.

PEDRO: Está dolida, se está descargando con vos, nada más.

JOSÉ: Si vos decís.

Pedro cruza lentamente la habitación, se arrodilla con cuidado y saca una mochila militar que estaba bajo la cama. Se levanta y se la tiende a José.

PEDRO: Tomá, es para vos.

JOSÉ: ¿Qué es eso?

PEDRO: ¿Sos ciego? Es una mochila, agarrala, antes que me arrepienta.

José mira a Pedro sin entender, luego toma la mochila. Pedro vuelve a su escritorio.

PEDRO: Es mi equipo de emergencia,  afuera lo vas a necesitar. No es mucho, pero peor es salir con lo puesto.

JOSÉ: (Sorprendido) ¿Querés que me vaya?

PEDRO: Vos querés irte, yo no tengo nada que ver, sigo pensando igual, pero a nadie parece importarle mucho lo que yo pienso últimamente. No me trates de pelotudo, te lo pido por favor. Yo sé que en algún momento vas a mandar todo al carajo. Bueno, eso te va a ayudar, es para cuando te decidas.

JOSÉ: No sé qué decirte.

PEDRO: No digas nada.

Pedro abre un cajón y saca un cuaderno viejo. Lo hojea y luego se lo da.

PEDRO: Es toda la información que tenemos, es vieja, pero no creo que la cosa haya cambiado mucho.

JOSÉ: (Tomando el cuaderno, parece confundido) ¿Por qué ahora?

PEDRO: No des vueltas, escondé eso, que nadie lo vea, guardalo. Tenés que ser inteligente, este lugar es una caldera y si no te manejás con cuidado las cosas pueden salirte muy mal. Solo tengo una cosa que pedirte.

JOSÉ: ¿Qué?

PEDRO: Quiero que te lleves a Daniela.

JOSÉ: No puedo obligarla a venir conmigo.

PEDRO: No va a hacer falta, ella va a entender. Dejá que yo me ocupe de eso.

Pedro vuelve a sus papeles, como si estuviese solo. José queda parado, con la mochila y el cuaderno en la mano, se dirige a la puerta.

PEDRO: En la mochila te guardé lo que me quedaba del tabaco, y papel. Te recomiendo que vayas hacia el sur, y si podés, seguí a los pájaros.

José se detiene y gira a mirarlo, Pedro sigue en sus cosas. José sale.

 

 

 

10

 

Pedro está en sentado en la cama, jugando con un encendedor. Pascual recostado en el marco de la puerta.

PASCUAL: No puedo seguir esperando. Salimos mañana a primera hora. Si todo va bien vamos a volver pronto, a buscar a los demás. Me gustaría que vengas, pero no puedo obligarte.

Pedro no lo mira.

PASCUAL: ¿No me vas a decir nada?

PEDRO: (Sin dejar de jugar con el encendedor) Solíamos pensar igual, vos y yo. Cuando había algún inconveniente, algún problema, nos entendíamos. Era más fácil cuando era así. ¿Qué crees que vas a encontrar?

PASCUAL: Ya no sé qué creer, las cosas cambian.

PEDRO: ¿Ya armaste el grupo?

PASCUAL: No, quería hablar con vos primero.

PEDRO: ¿Qué querés que te diga?

PASCUAL: Esperaba que vinieras conmigo.

PEDRO: No, yo me quedo. Igual, si encontrás un kiosco podés traerme cigarrillos.

PASCUAL: Una laxante de voy a traer.

PEDRO: Ya que estás, fijate si te conseguís sentido del humor.

Se miran en silencio. Pedro ríe, Pascual sonríe con un poco de amargura, ingresa en la habitación.

PASCUAL: Afuera pueden existir posibilidades, alternativas.

PEDRO: No niego eso, pero no es un buen momento para que hagas esto.

PASCUAL: Para vos nunca va a ser un buen momento.

PEDRO: Te estás equivocando. La gente está inestable, cuando se enteren se van a asustar. Va a ser un desastre y si vos no estás acá, yo no lo voy a poder controlar.

Silencio.

PASCUAL: Una vez que nos asentemos voy a volver a buscarte

Pascual sale. Pedro saca un cigarrillo armado del bolsillo y lo enciende.

 

 

 

 

 11

 

Daniela está sentada en la cama, con las piernas recogidas y la cara contra las rodillas. Llega Pedro. Daniela no se da cuenta.

PEDRO: ¿Qué hacés acá?

DANIELA: (Levanta la cabeza, aún tiene marcas del golpe) Te esperaba. Hace un par de días que no te veo.

PEDRO: Te dije que no vengas.

DANIELA: ¿Por qué no?

PEDRO: Porque no quiero verte.

DANIELA: ¿Vos le dijiste a José que yo me iba a ir con él?

PEDRO: Te vas a ir con él

DANIELA: Si querés que me vaya vas a tener que sacarme a la fuerza.

PEDRO: Tal vez lo haga.

DANIELA: No podés echarme, esto es mi casa.

PEDRO: Hacé lo que quieras, pero si te quedás mantenete alejada de mí.

DANIELA: (Acercándose) Basta. Yo sé que te gusto. No me apartes más.

PEDRO: ¿Estás loca? Tengo cosas importantes que hacer, andate.

DANIELA: No me voy a ir hasta que hablemos. Hasta que me expliques por qué me evitas.

PEDRO: ¿Te parece que no tengo motivos? No tengo tiempo, Daniela.

DANIELA: Tiempo es lo que nos sobra, es lo único que hay.

Pedro la toma de un brazo y la sostiene así. Ella no se inmuta. Están frente a frente.

PEDRO: Te vas a ir, o te voy a sacar.

DANIELA: ¿Qué querés de mí? Decime qué querés, yo sé que te lo puedo dar.

PEDRO: Quiero que te vayas con José. Quiero que desaparezcas.  Ya te lo dije, no te quiero ver más.

DANIELA: (Respirando agitada, sin perder la calma) ¿No te gusto tanto como mamá? ¿Es eso? ¿No me parezco lo suficiente? ¿Ella te calentaba más? ¿Querés que te cante? Eso te había gustado.

Se miran a los ojos, Pedro sigue sosteniendo a Daniela. La sonrisa de Daniela crece. La respiración de ambos es lo único que se oye. Daniela comienza a cantar, casi con un susurro.

PEDRO: Estás loca.

DANIELA: No estoy loca, estoy caliente.

Daniela desliza su mano hacia la entrepierna de Pedro, lo acaricia. Pedro cierra los ojos, por un instante parece que va a entregarse, pero la lanza al piso con fuerza.

PEDRO: (Con toda la frialdad de la que es capaz) Sos una pendeja pelotuda, no me gustás y no te quiero conmigo. No me interesa lo que te pase, lo único que quiero es que te vayas. Aprovechate un poco de José, como hiciste siempre, y que te saque de acá.

Pedro va a su escritorio y busca algo, le da la espalda. Daniela está desencajada, de entre su ropa saca un cuchillo de cocina. Tiembla.

 

 

 

 

12

 

Daniela está en el suelo, junto a Pedro, sosteniéndole la cabeza contra su pecho. Tiene manchas de sangre en sus manos y en la ropa. El cuchillo, también manchado, está junto a ambos. Ingresa José, trae la mochila de Pedro. Al verlos se paraliza. Cuando reacciona,  deja la mochila en el piso.

DANIELA: Está muerto.

JOSÉ: (Tratando de permanecer tranquilo) No importa, dejalo, tenemos que irnos.

DANIELA: No puedo dejarlo.

JOSÉ: ¡Basta, Daniela, dejalo! ¡Nos tenemos que ir!

Daniela no responde. José se acerca unos pasos, trata de calmarse.

JOSÉ: Tenemos que salir ya. Se están peleando por las cosas, si nos encuentran nos van a sacar todo.

DANIELA: Yo no quiero irme.

José pierde la paciencia y toma a Daniela por un brazo para obligarla a levantarse, pero ella toma el cuchillo y lo amenaza. José retrocede. El rostro de Daniela es sereno.

DANIELA: No me voy a ir a ningún lado. Me quedo acá, con Pedro. (Pausa extensa) Creo que lo mejor es que me dejes tranquila.

José está confundido, no sabe qué hacer. Da un paso hacia Daniela pero ella apoya el cuchillo en su propio cuello.

DANIELA: Andate.

Comienzan a oírse ruidos que vienen desde afuera de la habitación. José junta su mochila y sale, sin mirar a Daniela. Ella sostiene el cuchillo hasta que él desaparece, luego la deja caer al suelo. Permanece quieta, sosteniendo el cuerpo de Pedro. Los ruidos del pasillo son cada vez más fuertes, más cercanos.

 

 

 

13

 

La habitación está casi en penumbras. Las luces son débiles y titilan, como si fuesen a desaparecer en cualquier momento. El lugar está sucio y desordenado, sobre el piso hay manchas de sangre secas. No hay nadie.

Ingresa una persona, cubierta con mantas y un pañuelo. Camina lentamente, como si estuviese herida. Llega hasta la cama y se sienta. Se quita el pañuelo. Es Daniela, está sucia, apenas reconocible. Ha pasado tiempo.

El silencio se corta de pronto, un sonido extraño proviene del pasillo exterior. Al oírlo, Daniela se sobresalta y busca algo bajo las sábanas. Es el cuchillo. El sonido se repite, primero una vez, luego varias. Daniela, con el cuchillo en la mano, asustada, avanza hacia la puerta. Con mucho cuidado sale. La puerta queda abierta. El sonido ahora se oye claramente, es el canto de un pájaro.

LA NIÑA DE LA TOSQUERA

La foto es de Fernando Cattaneo (http://www.iravisual.com/). El texto es mío y acompañó a la fotografía en su exposición en la galería Limbo Arte Contemporáneo.

 

1069843_10200736628792695_1786211645_n

Mi cuerpo casa. El hogar que me debo y que me deben, el que me prometieron, a mí, a mi padre, a mi abuelo y a los que estuvieron antes. Mi cuerpo casa. Ese que espera. Que me espera. Que no espera, porque envejece y no llega la calma. Mi necesidad pintada en la mirada, camuflada en mi sonrisa, escondida en mis palabras, como salgan, con propiedad o sin propiedad. Mi cuerpo casa. Mi propiedad. Mi única propiedad, ¿me la respetará la vida?

Mi cuerpo calma. Calma en la mirada que se confunde con tristeza, o con alegría, a veces es tan difícil saber.  Mis ojos marrones de aguas profundas, aguas del Paraná, del país adentro, de marrón que lava los verdes, los celestes, los dolores. Marrón que me da de comer.

Llevo mi refugio a cuestas. Lo llevo conmigo. Piel de chapas que no me las pagó nadie, que no sé cuánto han de durar, que no me queda otra que llevar a cuestas. Viento, madera, chapa y esperanza resistirán lo que resista yo.

Nadie me ha de quitar mi cuerpo casa. Nadie podrá llevarse lo que guardo conmigo, porque me pertenece a pesar de todo. Nadie vale más que yo, me dijeron, pero mis manos dicen otra cosa. Mis manos chiquitas tienen muchos años más que yo. Mi mirada tiene muchos años más que yo. Las plantas de mis pies tienen muchos años más que yo. Porque yo soy símbolo, soy idea, soy viento que viene desde el pasado, trayendo en mí a cuantos antes de mí estuvieron. Mi cuerpo casa resiste el viento, la lluvia, el sol. Mi aliento, mis lágrimas, mi piel. ¿Cuánto tardarán en darme lo que es mío? ¿Es mío? ¿Llegué tarde?

En la piel los llevo a todos. Piel de madera suave. De jabón blanco que se confunde con el sol. Soy perfume de realidad alborotada, concisa, impertinente. Soy perfume que te penetra, que no quiere respetar más las mentiras que escapan de la boca del que me mira con lástima. Soy presente. Yo. Soy. Esto.

Mi cuerpo es el refugio, que me protege del mundo.

 

GANADO

Los insurgentes fuimos abatidos el 2 de febrero. La lucha en las calles llevaba seis semanas. La fuerza de los primeros días se fue diluyendo y la contraofensiva de la Guardia Nacional nos hizo retroceder. El último reducto de la resistencia fue el Barrio Viejo. Allí nos doblegaron. Allí nos rendimos.

Te enseñan a pelear por tus ideales. Aprendés a dar la vida por defender la causa. Pero no te enseñan qué hacer si perdés. No pretendo dar la idea errónea: siempre supimos que una victoria era poco menos que imposible. Estábamos desesperados, locos, y creímos que no teníamos opción. Desde el primer instante conviví con la posibilidad, casi cierta, de la derrota. En los ojos de mis compañeros podía leer algo similar, pero por alguna razón eso nos daba fuerzas. Nos sentíamos derrotados antes de pelear, es cierto, pero eso parecía hermanarnos, unirnos, elevar nuestra causa, sostenernos. Fuimos románticos, y estúpidos.

Mientras la fila avanza, recuerdo a Galarza diciendo que aunque estuviésemos perdidos, íbamos a morir sabiendo que lo intentamos. En ese momento, la derrota parecía menos dolorosa que la apatía de continuar viviendo como si nada sucediese. Los que aceptaban la situación nos parecían cobardes, débiles o incapaces de comprender que era mejor morir, con un cuchillo en las manos, luchando contra un sistema inhumano, antes que continuar con una vida absurda. “Mirá el ganado”, decía Galarza cada vez que nos cruzábamos con las interminables colas de personas rogando por puestos de trabajo miserables. Pasábamos junto a esas cadenas humanas y Galarza mugía. Yo me reía, o trataba de buscar la mirada de alguno de esos infelices para reprocharle silenciosamente su cobardía. Trataba, porque esa gente no te miraba a los ojos. Nunca pensé que podíamos perder la guerra, pero sobrevivir. Nadie me preparó para eso. Hoy envidio a Galarza, envidio su muerte y desde que entré a la fila no levanto la mirada.

Me cuesta avanzar. Cada diez o quince minutos la fila se mueve y yo veo los pies del que está adelante desaparecer, pero me quedo quieto. No es que guarde esperanzas, sino que siento que no puedo controlar mis piernas, como si de pronto estuviesen llenas de arena. Tienen que empujarme ligeramente, y doy unos pasos hasta que veo aparecer esos pies que, de tanto verlos, ya me resultan familiares. No sé hace cuánto tiempo estoy acá. Podría correr, escaparme. Nadie vigila. Nadie me trajo. Vine solo, caminando desde casa. Podría, pero no lo hago. Nos dieron un mes de plazo, para que viniéramos voluntariamente, el día que nos pareciera más adecuado. No querían interrumpir nuestra sana reincorporación social. Que vengamos cuando tengamos un día libre, dijeron. Cuando queramos, pero dentro del plazo que nos impusieron. Parece ser una nueva política de Estado: otorgarle a la gente la posibilidad de elegir, dentro de los parámetros previamente establecidos. Supongo que debería extrañarnos la ausencia de controles más rígidos, al menos no fui consciente de si esos controles existen, no los sentí, pero desde el día en que la resistencia de Barrio Viejo cayó, nada fue por los carriles esperados.

Esperábamos fusilamientos, pero nos perdonaron a la vida. Esperábamos cárcel, pero nos mandaron a nuestras casas. Esperábamos muerte, pero nos dieron una palmadita en la espalda, como si fuésemos chicos haciendo una escenita en el kiosco para conseguir un chocolate. Eso somos para ellos: Un chico caprichoso. Nos dejaron desplegar nuestro berrinche, nos acorralaron y con suaves palmaditas nos mostraron quién manda. Incluso el tono condescendiente del ministro durante su discurso en la tele, anunciando los términos del castigo a los rebeldes sobrevivientes, me hizo sentir así: Un niño. Un niño que observa como ese hombre elegante sonríe anunciando lo que le espera. Soy un tonto, dije castigo. No es así como lo llamaron. Ellos dijeron “Medidas correctivas para una sana resocialización”. De este modo esperaban que “la persona no reincida en su conducta subversiva y pueda transformarse en alguien valioso para el colectivo de esta gran nación”.

Nuevamente veo desaparecer los pies que tengo al frente. Nuevamente permanezco quieto. En lugar del empujón siento un toque en mi hombro.

‒ Vos sos Soria ‒ Dice una voz desconocida.

‒ No.

‒ Sí, vos sos Soria. Soy Marcel. ¿Te acordás de mí? ¿De las barricadas del Barrio Viejo?

Levanto la mirada por primera vez desde que llegué. Giro y lo observo. Recuerdo a un Marcel, pero el rostro que tengo adelante no me dice nada. No sé quién es ese hombre que ahora me sonríe.

‒ Pensé que habías muerto ‒ Dice el hombre, sin dejar de mirarme a los ojos.

‒ No te conozco.

‒ No te hagas el boludo. ¿Ya elegiste?

‒ ¿Qué cosa?

‒ Brazo o pierna. Podemos elegir ¿no sabías?

‒ No.

‒ Siempre tranquiliza poder elegir.

Me doy vuelta y avanzo, mirando al suelo nuevamente. Un temblor se apodera de mí. Busco la calma de los pies conocidos, deseo que aparezcan. No me detengo hasta que los veo, pero no tengo forma de escapar, el hombre está detrás de mí en la fila. Vuelvo a oírlo.

‒ No te olvides de decirles si sos zurdo o diestro. Quieren estar seguros de que no vamos a quedar totalmente incapacitados.

Y me quedo ahí. En la fila. Me acuerdo de Galarza de nuevo, de la última vez que nos vimos. Fue en las barricadas, me lo encontré fumando muy tranquilo, mientras hacía mi ronda de reconocimiento. No me dijo nada, simplemente emitió un mugido, ese que yo conocía bien, ese de las filas de desempleados. Yo me reí.

PERFECTA PARA NOSOTROS

La puerta estaba sin llave, como siempre. Entró a su casa, dejó el abrigo en el perchero y fue hasta la cocina, donde la encontró. La besó, le acomodó el pelo y se sentó. Ella lo miraba en silencio, recostada contra la mesada. Él sacó los cigarrillos del bolsillo de la camisa y encendió uno.

-Es fea -Dijo luego de una larga bocanada-. Y vieja, perfecta para nosotros.

La mañana era clara y la luz que entraba a través de la ventana rebotaba en las paredes blancas, dando a la habitación una atmósfera de total pulcritud. Es la cocina más limpia del mundo, pensó, mientras miraba hacia afuera. En la casa no se oía un ruido, y ellos permanecieron callados un instante. Él fumó tranquilo. Finalmente ella sonrió.

-Tenía un presentimiento ayer- dijo separándose de la mesada-. Estaba muy confiada en que hoy ibas a decidirte. Es sólo cuestión de buscar, te lo dije muchas veces. Aunque yo no estoy convencida.

Sin dejar de sonreír, ella sirvió café para ambos. Él terminó su cigarrillo y, mientras su mujer le alcanzaba una taza, encendió otro. Ese día se había despertado de muy buen humor y la caminata hasta la distribuidora resultó un paseo placentero. Como no quería discutir reprimió su primer impulso y calló. Se limitó a revolver el café y advirtió que las tazas nuevas eran realmente bellas, equilibradas, y combinaban a la perfección con la decoración de la cocina. Recorrió el ambiente con la mirada y pensó que su mujer era un ama de casa formidable. Él la llevó a un departamento y ella lo convirtió en un hogar.

-No sé si fue mi estado de ánimo o alguna otra razón -comenzó él, intentando dejar pasar el comentario de su esposa-, pero no tardé en convencerme. Al principio, cuando la vi, dudé un poco, parecía enclenque, pero la inspeccioné bien y creo que nos va a servir -hizo una pausa mientras bebía-. Quiero decir que la revisé con cuidado antes de decidirme.

Ella todavía traía puesto su piyama y estaba ligeramente despeinada, un mechón castaño caía sobre su frente dándole un aire aniñado. Tomó la mano de su marido y lo miró a los ojos. Él continuó.

-Prefiero que sea vieja -dijo mientras le acomodaba el mechón  detrás de la oreja-. No quiero que nada desvíe mi atención de vos.

-De eso justamente me gustaría hablarte -dijo ella, y de pronto quedó en silencio.

Era especialista en manejar los tiempos de una conversación. Utilizaba las pausas con maestría, acompañándolas del gesto preciso. Elegía siempre el adecuado para cada momento y antes de continuar clavaba los ojos en su interlocutor. Cuando se mordió el labio supo que había roto la resistencia de su marido. Sin soltarle la mano, dijo:

-Tal vez no conviene una tan vieja. Tal vez podríamos…darle algún otro uso, si no fuese tan fea. ¿Lo pensaste?

– Sí, lo pensé. Pero prefiero que la primera que compremos sea esta. Para ganar en experiencia antes de hacer un gasto de importancia.

Habían terminado el café. Ella juntó las tazas y las llevó a la mesada. Sin volverse a mirarlo y casi dejando escapar las palabras entre los dientes hizo un último intento.

– Los Soria compraron una nueva, jovencita. Florencia me contó que es muy útil…también por las noches.

No hubo respuesta. Permanecieron quietos, como si estuviesen ocupados en recordar. Nunca necesitaron muchas palabras para comprenderse. Mientras ella daba tiempo a su argumento, sosteniendo el silencio, él realizaba cálculos en su cabeza y evaluaba la posibilidad de adquirir una sin uso. Una bandada se había instalado en el paraíso que daba al balcón y sus cantos musicalizaban la mañana. Era un sonido suave, pero tomaba todo el departamento. Cuando pensaba que no lo haría cambiar de opinión, oyó la voz de su marido:

-Tal vez tengas razón. Con lo que nos ahorraríamos en la manutención podríamos cubrir la diferencia de precio -hablaba sin prisa, como si tratara de convencerse a sí mismo-. Después de todo, las viejas no tienen valor de reventa y son más caras a la larga.

-No te olvides de los gastos médicos -intervino ella-. Eso es algo que no podemos esquivar.

-No lo olvido. También hay que considerar que necesitan más tiempo de descanso, ¿para qué comprar una si no vas a poder sacarle todo el jugo?

Giró para observarlo. Pudo ver que se quitaba los zapatos y se aflojaba la corbata. Estaba a punto de convencerlo, lo sabía. Por un momento pensó que su marido era muy bueno, que había tenido suerte de encontrarlo. Se apresuró a dar nuevos argumentos.

-Si tuviéramos una nueva podríamos formarla a nuestro gusto, las viejas tienen mañas y malas costumbres.

-Yo pensé que por ser la primera nos convendría una usada, con experiencia, pero es verdad que sería una pena no poder darle toda la utilidad posible -dijo él con una sonrisa.

Ella lo miró y un mechón de pelo volvió a caer sobre su frente. Lo vio levantarse con calma y avanzar hacia ella. Va a besarme, supuso, pero no lo hizo. Le acomodó el pelo una vez más y la abrazó. Ella apoyó la cabeza contra su pecho y sintió que su corazón latía con fuerza. Está nervioso, pensó.

-Todo está bien -dijo ella, para tranquilizarlo.

-Sí, todo está bien.

-A veces no puedo creer que las cosas se hayan dado así para nosotros.

-Te amo.

Ella no respondió, pero en sus ojos asomaron lágrimas. Continuaron abrazados. Los pájaros ya no cantaban. En una de las paredes de la cocina había dos cuadros. Uno de ellos estaba ligeramente torcido hacia la derecha.

LA OFICINA

Puede afirmarse que la vida en la ciudad de Corrientes es de lo más confortable. El aparato estatal del municipio cuenta con la más variada gama de reparticiones públicas, destinadas a hacer la vida más sencilla a los ciudadanos, creadas al sólo efecto de reducir los problemas cotidianos al mínimo. La implementación de dicha política de estado redundó en un aumento en la calidad de vida de los habitantes. Las encuestas demuestran que el noventa porciento de la población ve con buenos ojos que el gobierno intervenga en los asuntos de la vida diaria.

De todas las oficinas públicas que existen, la más eficiente, y tal vez la más útil, es la de Reclamo de Objetos Perdidos en la Vía Pública. Como su nombre lo indica, este organismo tiene por función restituir a sus legítimos dueños aquellas pertenencias que hayan sido extraviadas en las calles, plazas y parques de la ciudad, previa denuncia de los interesados. A diario la oficina resuelve los encargos más diversos y sus directores se jactan de poder dar solución a cualquier pedido, cualquiera sea el grado de complejidad que estos puedan plantear.

La oficina funda su prestigio en una perfectamente adiestrada y numerosa flota de buscadores urbanos. La misma se conforma como un cuerpo de elite, seleccionando sus integrantes a partir de minuciosos exámenes y pruebas de campo. Los buscadores despliegan su accionar de modo organizado, barriendo la zona de manera exhaustiva hasta hallar el objeto en cuestión.

Desde su fundación, la oficina recibió aumentos en su presupuesto año a año, justificados sobre la base de su eficacia. El desarrollo de su actividad no presentó problema alguno hasta que, pocos días atrás, se apareció en la oficina Mercedita Ribadeneira, correntina de dieciocho años de edad, pidiendo se le retorne su virginidad perdida, en un descuido, la noche anterior en la esquina de las calles 25 de Mayo y Santa Fe.

Hasta la fecha no ha podido cumplirse con el reclamo de la joven, que ya ha procedido a presentar las quejas correspondientes.

El caso Ribadeneira ha tenido amplia repercusión en la prensa correntina, y a esta altura se ha transformado en una cruzada vecinal. Las autoridades municipales temen un declive pronunciado en la confianza de la ciudadanía en las instituciones y, debido a ello, se encuentran prestas a tomar cartas en el asunto. Como primera medida han desvinculado de su cargo a Patricio Comte, director de la mentada oficina, y se encuentran evaluando la posibilidad de reducir el presupuesto de la repartición en un 85 %.

AFUERA

No recuerdo qué me llevó a salir de casa. Intento recordarlo, pero hay algo que se me escapa. El hecho es que salí y caminé un poco, pero entre la niebla y la oscuridad era imposible ver. Las luces del alumbrado público eran inútiles. Creo que pensé alguna cosa sobre la crisis energética, un chiste. Debí sentir gracia de mi ocurrencia y reí. Quizás mi risa molestó a alguien, o tal vez sólo delató mi presencia.

El calor trepó desde la base de mi espalda hasta la nuca. Sentí el dolor recorriendo mi cabeza, como un taladro, hasta el centro. Luego sentí el asfalto en la cara, húmedo. Tengo en la mente la imagen de unas botas, pero no estoy seguro de si son reales o imaginadas. El golpe en la cara fue real, me tiró varios dientes y me quebró el maxilar. La bala se alojó más o menos un centímetro a la derecha de mi columna. Dicen que tuve suerte, que estuve a punto de desangrarme, que la bala me atravesó. Me encontró un policía, yo estaba casi muerto. De quien me disparó no hay noticias, no hay ninguna pista, ni siquiera la bala o el casquillo. Dicen que no pudieron encontrarla, que pasaron cinco días y el clima no es el ideal para realizar peritajes. Yo no entiendo de pericias, supongo que ya no encontrarán nada.

Tuve que someterme a varias operaciones. La mandíbula rota no me permite hablar por un tiempo, tengo la boca llena de alambres. Tardé un par de días en recobrar el sentido, pero ya estoy lo suficientemente lúcido como para sentir dolor y aburrimiento. Sobre todo dolor. No me dan suficientes analgésicos.

No puedo hablar y no me permiten cambiar el canal de la tv, pero sobrellevo el tedio. Ayer vinieron a verme Jorge y Marcos, trajeron libros y este cuaderno. No los vi bien, estaban pálidos, parecían preocupados. Fue una visita breve, hablaron mucho pero sobre asuntos triviales. Intenté hacerles algunas preguntas usando al cuaderno, sobre mi caso y algunas otras cosas que dan vueltas por mi cabeza. Ellos desviaron el tema o simplemente dieron rodeos para evitar responderme, sólo dijeron que el clima aún no mejoró. Finalmente desistí y me limité a escuchar. Se cuidaron mucho de no dar detalles referentes a esa noche, tal vez haya algún tipo de secreto de sumario. Cuando se fueron dijeron que volverían pronto, pero sus caras dijeron otra cosa. Sospecho que nos los veré por un tiempo. Al menos me quedaron los libros y este cuaderno, sólo desearía que la enfermera pusiera en la tv algún canal de deportes o de cine, los dibujos animados me están cansando.

Una vez al día me dan un baño. Es el único momento en que disfruto de algún contacto humano. La enfermera es servicial, comprometida con la recuperación del paciente. Es claro que nació para este trabajo. Su boca no, su boca tiene otra profesión. Fuera de esto nada interesante.

Hoy escuché a dos doctores hablando en el pasillo. Una enfermera vino a cambiar mi suero y dejó la puerta entreabierta. Uno de los doctores hablaba sobre una reunión de vecinos a la que había asistido en su barrio. El otro lo interrumpía con preguntas que yo no llegaba a entender. No pude captar todo lo que decían, algunos fragmentos de la charla se me escaparon. Al parecer el tema que se discutió en la reunión de la que hablaban era un problema general, ya que se realizaron otras reuniones en diferentes puntos de la ciudad. Creo que escuché algo sobre una evacuación, pero me es imposible estar seguro.

Estuve atento, rescatando partes de la conversación, hasta que la enfermera se percató de ello y cerró la puerta.

– Usted preocúpese sólo por recuperarse pronto -Dijo-. Eso es lo único importante. Recupérese pronto.

Aproveché para pedirle, usando el cuaderno, que cambiara el canal de la tv, pero respondió que no era posible. Se que debe ser una medida para mantenerme tranquilo, pero en este punto parece una tortura.

La mujer juntó unas planillas que había traído consigo y revisó que la ventana estuviera cerrada. Antes de retirarse se detuvo un momento y me miró. Parecía tensa, creo que estuvo a punto de hablarme nuevamente, pero salió y cerró la puerta.

La habitación debe estar alejada de la calle ya que lo único que escucho son los ruidos del pasillo. Desde el día en que me desperté en este hospital las cortinas permanecieron cerradas, pero ayer vinieron a clausurar la ventana, la tapiaron.  Me dicen que es por cuestiones climáticas.

Hoy intenté levantarme pero fue inútil, sigo sintiendo dolor y cada vez recibo menos analgésicos. Incluso leer y escribir me cuesta mucho.

Las noticias que recibo del exterior provienen de retazos que rescato de conversaciones entre el personal, y para ello debo fingir que duermo. Evitan hablar cuando creen que puedo escucharlos.

No estoy tranquilo, algo sucede. La enfermera que me daba los baños no viene desde hace tres días. Nunca supe su nombre.

Las cosas no están bien. Anoche escuché a una enfermera hablando por teléfono. Era una de las más jóvenes, entró a escondidas a mi habitación y yo fingí dormir. Estaba alterada, no sé con quién habló pero dijo que tenía miedo, que llevaba días sin salir del hospital y que no sabía que hacer. Al parecer la comunicación se interrumpió de pronto. La enfermera se quedó en la habitación, llorando. Me dormí antes de que se fuera.

Hoy escuché gritos en el pasillo, creo que hubo una pelea entre un doctor y un enfermero. Todo el personal está muy nervioso. Nadie habla. Un par de veces al día viene una enfermera a cambiar el suero y revisarme, anota algo en una planilla y se va. Ya no me permiten ver televisión y el hospital está en penumbras.

Guardo el cuaderno debajo de la almohada. Antes solía dejarlo en la mesa de luz, pero me parece que alguien lo lee mientras duermo. Ya no hay analgésicos y el dolor es constante, estoy cansado. No entiendo porqué nadie me explica lo que sucede.

Cuando desperté hoy vi a Marcos, estaba parado frente a la ventana, como si mirase hacia afuera. Al verme despierto se acercó, su aspecto era lamentable y temblaba como si tuviese fiebre.

-No sabés la suerte que tenés -Dijo, y sin darme tiempo a nada se fue.

Tengo la certeza de que algo terrible está pasando afuera. Ya no puedo decir si es de día o de noche, las maderas que cubren la ventana no permiten que entre luz del exterior y la de la pieza permanece apagada, sólo ingresa un poco de claridad desde el pasillo cuando la puerta queda entreabierta. Los controles de la enfermera son esporádicos, a decir verdad parece haber muy poca gente en el hospital y la quietud es evidente.

Me levanté y llegué hasta la ventana, pero no pude quitar las maderas, no tuve la fuerza suficiente. Hicieron un buen trabajo, no hay una sola hendija desde la que pueda verse la calle. Volví a la cama con mucho esfuerzo, estoy muy débil.

El suero se terminó y no ha venido nadie a cambiarlo. No sé cuanto tiempo pasó desde la última vez que vi a una enfermera. Llevo despierto unas horas y no percibí el menor signo de movimiento en los pasillos. Sospecho que no queda nadie.

Alguien estuvo aquí, al despertarme lo vi salir. No sé quien era. Me levanté, intenté seguirlo, pero cuando llegué al pasillo tuve que detenerme porque la oscuridad era total. Los pasillos del hospital están cubiertos por niebla. Cerré la puerta y volví a la cama. Casi no veo las hojas del cuaderno. La niebla comenzó a colarse por debajo la puerta.

STRINDBERG

Tranquilamente evitábamos que la procesión de muertos ingresara en nuestra casa, de a uno, los tomábamos por los hombros y con suavidad les torcíamos el rumbo.

A cierta distancia del punto en que defendíamos la propiedad, uno de ellos se detuvo y gritó:

– ¡El que ve a su doble es que va a morir!

Lo observé desconcertado, intentando descifrar de quién se trataba. No lo reconocí.

ELECCIÓN

Una extensa fila de personas daba vuelta la esquina. Enfrentábamos la amputación obligatoria. Nadie comprendía muy bien la situación del país pero los dirigentes se habían convencido de que se tratada de la solución adecuada. Pocos policías, todos amputados, vigilaban la fila.

A pesar de todo la elección era personal. Uno podía decidir perder un brazo o una pierna. No estábamos felices pero sí tranquilos. Siempre tranquiliza la posibilidad de elegir.